«Yo sólo intento aportar mi granito de arena en un mundo que va demasiado rápido
y que nos hace olvidarnos de los valores humanos» Jose Miguel Ogalla
A más de uno podrá resultarle chocante que encabece con la anterior cita un trabajo que versa sobre una escuela de supervivencia, pero dejarme que os cuente una historia.
Hace bastantes años, allá por el 1986, hacía ya varios días que un hombre joven iba solo remando en su canoa mientras subía el río Orinoco. Su objetivo era contactar con alguna de las tribus que aún escondidas en la amazonía de la civilización permanecían vírgenes en sus costumbres, y así poder compartir con ellos su modo de vida, además de ayudarles a cambio en todo lo que en su mano estuviera. Pese a su juventud era una persona ya bastante preparada «en el modo de sobrevivir», puesto que habiendo pertenecido a las Compañías de Operaciones Especiales del ejército español, los conocidos popularmente como guerrilleros o Boinas Verdes, tenía en su haber un entrenamiento «avanzado» en técnicas de supervivencia si lo comparábamos con el de la gran mayoría de sus congéneres urbanitas.
A más de uno podrá resultarle chocante que encabece con la anterior cita un trabajo que versa sobre una escuela de supervivencia, pero dejarme que os cuente una historia.
Hace bastantes años, allá por el 1986, hacía ya varios días que un hombre joven iba solo remando en su canoa mientras subía el río Orinoco. Su objetivo era contactar con alguna de las tribus que aún escondidas en la amazonía de la civilización permanecían vírgenes en sus costumbres, y así poder compartir con ellos su modo de vida, además de ayudarles a cambio en todo lo que en su mano estuviera. Pese a su juventud era una persona ya bastante preparada «en el modo de sobrevivir», puesto que habiendo pertenecido a las Compañías de Operaciones Especiales del ejército español, los conocidos popularmente como guerrilleros o Boinas Verdes, tenía en su haber un entrenamiento «avanzado» en técnicas de supervivencia si lo comparábamos con el de la gran mayoría de sus congéneres urbanitas.
Además se había equipado y preparado concienzudamente, había contactado con algunas autoridades en la materia, como el famoso antropólogo Jacques Lizot ( http://es.m.wikipedia.org/wiki/Jacques_Lizot ) para adquirir todo el conocimiento previo que le fuera posible, y había ido a estudiar el supuesto idioma que se encontraría al contactar con los nativos ¡Y contaba en su equipo con la inestimable ayuda de una flauta, y un loro! En base a lo que había estudiado había llegado a la conclusión, de que además de los consabidos medicamentos, esos dos elementos eran los que mejor le podrían servir de salvoconducto para poder contactar con los nativos de la intrincada selva de la amazonía, puestos que se suponía que estos consideraban un «hombre bueno» a quien amaba la música y los animales . Como tampoco era cuestión de hacer el loco adentrándose sólo en sitios tan remotos y salvajes, llevaba además un revolver del calibre .38 oculto de forma conveniente…
Así, el protagonista de nuestra historia, seguía remando siguiendo curso río arriba mientras de vez en cuando iba charlando con su loro «Pepe» o tocaba la flauta, infatigable sin perder la esperanza de hacer contacto, pues intuía que aunque no viera a nadie, estaba ya siendo seguido y observado. Y con la llegada de la noche acampó una vez más, hizo fuego y estableció su pequeño campamento, cenó algo y se acostó en su hamaca para descansar para una nueva jornada, mientras en sus oídos todo un coro de inacostumbrados sonidos lo iban arruyando lentamente.
Amanecía… Abrió los ojos… Una figura desnuda apoyada en su arco lo miraba fijamente desde no muchos metros de distancia. Después de la sorpresa inicial, se levantó lentamente y comenzó a preparar un buen desayuno de café y beicon mientras por el rabillo del ojo observaba a su visitante. Era evidente que este no le quería causar daño alguno, porque de querer hacerlo ya le hubiera quitado la vida sin mayor dificultad mientras dormía plácidamente. Y como no, todo ello mientras charlaba con Pepe, su loro, que no se dijera…
– ¡Buenos días Pepe! ¿Has pasado buena noche? ¿Comemos algo?
Aunque provocando algo de recelo y haciendo retroceder algún paso al indio, comenzó su letanía según el idioma que había estudiado debía este hablar:
– ¡Shori Noje! ¡Shori Noje! – (Amigo bueno)
Mientras se acercó ofreciéndole un recipiente de café y unas tiras de beicon, depositándo las viandas con cuidado a sus pies.
– ¡Shori Noje! ¡Shori Noje!
Pero el visitante lo miraba extrañado y no decía nada… Este intentó beber el café sin demasiado éxito, pues estaba demasiado caliente para él, pero luego si hizo buen provecho de las lonchas de beicon que de modo evidente le resultaron un delicioso manjar engullendo una tras otra.
– ¡Shori Noje! ¡Shori Noje!
Viendo que no recibía respuesta alguna, volvió a su rutina y a la charla con Pepe, sin duda todo un espectáculo de tintes surrealistas y no poco disparatado, incluso para su «salvaje» visitante, pero ¿y qué hacer si su visitante no contestaba?
– ¿Qué tal Pepe? ¿Ya has desayunado? ¿Estaba bueno, verdad que si?
El hombre entonces no sabía que el idioma por él estudiado «equivocadamente», era el de otra tribu y no tenía parecido alguno con el de la que su visitante formababa parte como luego descubriría, y es que si algo abundaba entonces por la zona, eran distintas, tribus, simplemente por el Alto Orinoco Venezolano estaban los Maquiritares, Yanoamas, Ayateri, Jasubueteri, Ijiributeri, Patanueteri, Mocahuromoteri, Porepoiteri y Guaicas, además de los que aún sin saberlo había contactado, los Guarocoaueteri. A consecuencia de un desafortunado mal entendido había estudiado un lenguaje allí inútil, perteneciente a otra zona alejada de la que entonces se encontraba.
De improviso, el indio desapareció… Nuestro hombre recogió sus cosas e inició su marcha río arriba, sin dejar de sentirse observado, ahora ya sabía que no era sólo una suposición. Volvió a su rutina, navegó tranquilamente durante el día y al atardecer acampó.
Con el nuevo amanecer el indio estaba otra vez allí, pero esta vez venía acompañado de una mujer y dos niños, uno de ellos muy pequeño que llevaba en sus brazos. Mientras el hombre preparaba otra vez su desayuno el nativo se acercó entregándoselo. Para nuestro hombre fue evidente que aquel niño, un bebé de quizá poco más que un año, estaba muy enfermo, desprendía mucho calor debido a la fiebre y tenía el vientre muy hinchado. Y lo que era peor, ahora se encontraba de improviso en una situación muy complicada, los medicamentos que llevaba eran para adultos, no para bebés y sabía que de que resolviera satisfactoriamente aquella situación dependía todo, incluso quizá no sólo la vida del pequeño, sino su propia vida, y el tenía conocimientos de medicina general, no de una especialidad como es la pediatría. Primero lo refrescó en el agua del río, para tratar de bajar la excesiva temperatura. Luego tocó hacer cálculos para poder dar dosis adecuadas de los medicamentos al pequeño enfermo, cortar el analgésico y el antibiótico en función de su peso para que surtieran el efecto deseado ante lo que parecían evidentes sintomas de una infección que lo consumía.
Mientras, la familia indígena instaló también a no muchos metros un improvisado campamento de la forma que acostumbraban con unos pocos palos y grandes hojas, para como es evidente esperar la salvación de su pequeño. El hombre les acercó unas brasas para que pudieran hacer fácilmente fuego, sabedor de que el fuego es quizá el mejor presente que un hombre puede hacer a otro en la selva. Con el paso de las horas y la llegada del nuevo día, el niño mejoró y nuestro hombre comenzó a sentirse también más aliviado, la medicación estaba haciendo efecto. Dado el problema de no poder entenderse con ellos preparó unas dosis del antibiótico y las envolvió en papel con los dibujos del Sol y la Luna, dibujando previamente en el suelo la trayectoria del Sol describiendo un arco desde que sale pasando por el medio día y hasta que se pone con la salida de la Luna para explicar al indígena sus tiempos de aplicación, una al manecer, otra al medio día y una última por la noche.
Luego se fueron al atardecer y con el nuevo día los nuevos visitantes fueron un montón de niños, que venían acompañados con el que luego supo era el chaman de la tribu, expectantes por ver al hombre vestido de extraño modo que tocaba la flauta y estaba loco porque hablaba con un loro, pero que era bueno… Los niños lo tocaban y tiraban de sus ropas mientras reían jugando alborozados con aquella extraña novedad mientras el chamán lo contemplaba a una distancia prudencial. Con el fin del nuevo día se fueron, pero nuestro hombre esta vez salió presuroso detrás siguiéndolos, abandonando casi todos sus pertrechos. De tanto en tanto el chamán se volvía y le gritaba levantando los brazos, como haciendo ademán de que se detuviera, pero el siguió insistiendo hasta que finalmente llegaron a su poblado. Buscó un lugar donde situarse procurando no interferir y esperó paciente. En un momento dado, se le acercó un nativo con unos palos y se los dió. Ante su mirada interrogadora entonces el indígena cogió los palos y delante de él le mostró como hacer fuego por fricción… ¡Definitivamente, había comenzado todo!
Creo que ya os habréis dado cuenta de sobra a estas alturas que el protagonista de nuestra historia no es otro que Jose Miguel Ogalla, el director y fundador de la ESCUELA DE SUPERVIVENCIA ANACONDA I, además de ser también responsable directo de la Fundacion Xingú, que gestiona un hospital de atención primaria y una escuela en la selva del amazonas, que son quienes reciben prioritariamente los ingresos de la escuela de supervivencia de Ojén (Marbella).
Es por tanto, como pude constatar con mi asistencia al curso de esta primera semana de febrero, una persona profundamente comprometida con los valores humanos, que además tiene fruto de sus numerosísimas expediciones y por tanto su basta experiencia, unos inmensos conocimientos sobre los distintos modos de supervivencia en los más diversos medios, sean estos montaña, selva, desierto, isla o mar.
En concreto el curso que yo realicé es el llamado básico, aunque de básico tiene más bien poco, porque puedo decir con conocimiento de causa que ya se enseñan algunas técnicas bastante avanzadas de supervivencia, si bien considero que es lo que Jose Ogalla debe ver como básico para poder sobrevivir, en al menos cuando como medio estamos inmersos en la montaña.
Fue un curso de cuatro días donde se duerme poco, se come poco, y más bien se cansa uno bastante porque la actividad es continua. A mi me recordó, salvando las distancias por supuesto, a mi fase de supervivencia como Boina Verde en Operaciones Especiales. Digamos que sería como una versión más reducida de la misma en cuanto a dureza y tiempo, pero con la suficiente chicha como para poner en situación a quienes asisten al curso para que puedan hacerse una idea de lo que es estar inmersos en una situación de supervivencia, aunque como es natural y debe ser, de forma totalmente controlada.
La idea es no sólo aportar las técnicas necesarias para sobrevivir en una situación en la que nuestra vida puede estar comprometida, como son el hacer fuego, potabilizar agua, construcción de refugio, construcción de herramientas con medios naturales (artes primitivas), obtención de comida, primeros auxilios, etc. Sino el ayudar a comprender los diversos estados mentales que se sufren en esas situaciones y que para la mayoría de las personas de nuestro tiempo les son prácticamente desconocidos al verse ajenos a este tipo de situaciones, lo que dicho sea de paso, mejor que sea así, pero que por contra tiene el gran inconveniente que de verse algún día en una verdadera situación de supervivencia puede hacer que se les complique aún más la cosa al verse sorprendidos por estos aspectos psicológicos tan desconocidos y sin embargo absolutamente vitales ( psicologia-f5/actitud-correcta-de-supervivencia-p-iv-tensiones-t176/ )
Se toca también por tanto aspectos de la mentalización, del trabajo en equipo y de la toma de decisiones para ayudar a saber como actuar en las distintas situaciones que puedan surgir, lo que es una gran ayuda al poder afrontar estas diversas situaciones que podemos tener en nuestras aventuras en la montaña, o incluso en el día a día. Saber por ejemplo como abrigarse correctamente y porqué, como hacer un refugio de circunstancias y como prevenir una hipotermia en lo posible para evitar un desenlace fatal, dado que esta es la primera causa de muerte en la montaña.
Le acompaña además para ello un gran equipo humano de colaboradores, especialistas así mismo de mucho nivel técnico en diversas materias, que hacen de la permanencia allí unos momentos emocionantes e inolvidables. Gracias a todos por los grandes momentos vividos, Pery Navarro, Raúl Hurtado, Jordi Diaz con su pareja y su perrita, Jonathan Montes de Oca , Antonio Lopez, Manuel Genisio (Chukaro) y Nacho Gallart. Sin ninguna duda, una experiencia altamente recomendable para todo aquel que quiera dar un gran paso en su preparación en todos los sentidos en la tremendamente compleja materia de la supervivencia.